domingo, 17 de enero de 2010

"Más allá de las montañas, hay montañas" (proverbio haitiano)


Cuando nació mi abuela le pusieron Armonía. Un nombre republicano. Un nombre que salió de la protagonista del libro favorito de su padre. Un padre que vivía en una aldea minúscula de Sevilla. Que era rojo.
Se llamó Armonía hasta que Franco decidió que sólo se podían tener nombres cristianos. Tuvo que ir al registro a cambiárselo, justo después de que su padre fuera torturado hasta morir. Después de que quemaran los pocos libros que tenían y que ella nunca pudo ni podrá leer. Después de que destruyeran el cortijo. Después de mucha hambre, de mucha agua. Después de muchas cosas.

"Sin gana ninguna" le dijo a la funcionara que eligiera el nombre. Que ese nombre era lo último que le quedaba de su padre. Que a ella ya le daba todo igual. Esa funcionaria le puso Dolores.

Y ella acató. Y ella nunca dejó llamarse Lola. Ni Dolo, ni Dolors, ni Loli, ni Armonía, ni Pimiento, ni nada. Solamente Dolores. Aunque, yo, por suerte, siempre he podido llamarla yaya.