jueves, 26 de junio de 2008

Agota Kristof en "Claus y Lucas"



" EJERCICIO DE ENDURECIMIENTO DE ESPÍRITU

La abuela nos dice:
-¡Hijos de perra!
La gente nos dice:
-¡Hijos de bruja! ¡Hijos de puta!
Otros nos dicen:
-¡Imbéciles! ¡Golfos! ¡Mocosos! ¡Burros! ¡Marranos! ¡Puercos! ¡Gamberros! ¡Sinvergüenzas! ¡Pequeños granujas!¡Delincuentes!¡Criminales!
Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los oídos, nos escuecen los ojos y nos tiemblan las rodillas.
No queremos ponernos rojos, ni temblar. Queremos acostumbrarnos a los insultos y a las palabras que hieren.
Nos instalamos en la mesa de la cocina, uno frente al otro, y mirándonos a los ojos, nos decimos palabras cada vez más atroces.
Uno:
-¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
-¡Maricón! ¡Hijoputa!
Y continuamos así hasta que las palabras ya no nos entran en el cerebro, ni nos entran siquiera en las orejas.
De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, y después vamos a pasear por las calles.
Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al final hemos conseguido permanecer indiferentes.
Pero están también las palabras antiguas.
Nuestra madre nos decía:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeñines adorados!
Cuando nos acordamos de esas palabras, los ojos se nos llenan de lágrimas.
Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga demasiado pesada para soportarla.
Entonces volvemos a empezar nuestro ejercidio de otra manera.
Decimos:
-¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! Yo os quiero... No os abandonaré nunca... Sólo os querré a vosotros... Siempre.... Sois toda mi vida...
A fuerza de repetirlas, las plabras van perdiendo poco a poco su sifnificado, y el dolor que llevan consigo se atenúa."

miércoles, 25 de junio de 2008

hace calor

-- Llenarte el ombligo de maiz y hacer palomitas
-- Devolver tu sudor al mar
-- Llorar por los poros
-- Concentrar el sudor en un solo poro, dejar de ser humano y ser fuente
-- Babear y mear libremente y poder decir que estás sudando
-- Comer mosquitos hasta que te salga aguijón. ¡Ven-gan-za!
(quiero ser un mosquito gigante)

viernes, 6 de junio de 2008

La culpa es de los gatos

Freud no tenía razón. Los sueños ni nos los inventamos ni significan un carajo: los sueños los escriben unos guionistas y nos los leen mientras dormimos. Además resulta que las estrellas hablan como las pijas, que unas señoras muy esmeradas nos despeinan por la noche y que cada uno de nosotros tiene un gato asignado que tiene la misión de hacer que durmamos tranquilos. La idea no está mal pero.... si nos toca un gato vago estamos bastante jodidos: el que duerme es él y nos provoca insomnio.
Todo esto lo explican en "Nocturna", otra peli de dibujos animados con personas de manos demasiado pequeñas, voz gritona y moralina. No la recomendaría pero mola poder echar la culpa a alguien.

Odiar a los gatos es algo bastante cotidiano... y es que, ¿cómo no hacerlo? Gatos donantes de sangre en Italia, gatos hipoalérgicos por 3.500 dólares, una radio que emite música solamente después de haber sido aprobada por gatos, gatos con pasaporte para viajar por la unión europea, gatos fluorescentes... Por todo esto y por las iaias con gatos reivindico a Schrödinger: lo de él es diplomacia y lo demás son historias. Este señor diseña uno de los primeros experimentos imaginarios (me encanta el método científico, en serio) y encierra mentalmente a un gato dentro de una caja para hablar de física cuántica (otro merecido hip hip hurra para todo lo cuántico). La caja además tiene un gas venenoso, una particula radiactiva con un 50% de probabilidades de desintegrarse y un dispositivo que hace que si la partícula se desintegra, se rompa la botella y el gato muera. Según la interpretación de Copenhague mientras no abramos la caja, el gato está vivo y muerto a la vez. En el momento en que abramos la caja, la sola acción de observar al gato modifica su estado, haciendo que pase a estar solamente vivo, o solamente muerto. Esto se debe a una propiedad física que no entiendo, que se llama superposición cuántica, que me fascina y que además hace que Schrödiger pueda torturar a los gatos mentalmente jugando a la ruleta rusa con ellos.