jueves, 31 de julio de 2008

Robert Breer


Hace ya un par de semanas que este es mi fondo de pantalla. Es un frame de la primera peli collage de Robert Breer. No sé porqué, este se acabó el milagro, me anima. Debería odiar a esa mano por avisarme de que lo mágico se ha acabado y frustrarme porque se ha roto el hechizo. Al fin y al cabo, como uno no puede enfadarse ni gritar a los unicornios o a los elfos (son mágicos, van más rápido) parece lógico pagarlo con el mensajero. Yo no me siento capaz de enfadarme con la mano. Me dan ganas de darle las gracias. Da seguridad.
Y creo que tiene algo que ver con lo que dice Job Ramos de que los paraisos también deberían tener cloacas, con que lo fantástico se rija por las no-leyes de lo fantástico, con que las soluciones a los problemas de Nuncajamás no se argumenten más allá del "magia", con que es absurdo que los dibujos animados no hagan caca .

martes, 29 de julio de 2008

un pulso


"Nubes pasajeras" de Aki Kaurismäki

Lo que más me gusta de este diálogo es esa posibilidad de convertirlo todo en una carrera. La vida sería como unos Juegos Olímpicos. Cuando fueras al banco y no te concedieran un crédito podrías decir: "a ver quién aguanta más debajo del agua" y si te despidieran retar al jefe con un "veamos quién salta más lejos". Las posibilidades son infinitas. Cuando el médico diga "estás enferma", refutarlo con "a ver quién se ríe antes" o en el caso de no conseguir ser perdonada, ganar el indulto con un “piedra, papel, tijera?”.
Ante un fracaso siempre podrías proponer un concurso de eructos o una carrera de sacos. Así, cuando te dejara tu pareja te quedaría lo de "te echo una carrera" y si, aun y todo, vuelves a perder tendrías la excusa de seguir corriendo. Lejos. Aunque, igual, lo mejor sería contestar con un "soy más alta". Irrefutable. Has ganado.

sábado, 26 de julio de 2008

un lugar seguro

"Bunburying" es un término introducido por Oscar Wilde que consiste en inventarse a un amigo imaginario-coartada **. Los Bunburys están siempre al borde de la enfermedad y viven en lugares alejados. Son personajes ficticios, amigos invisibles, mentiras que ayudan a que la vida real de sus inventores se acerque más a la de sus fantasías.


Si alguna vez conociera a un Bunbury quedaría con él en Æblerød. Sin duda me parece el lugar más seguro. Jugaríamos a Apopudobalia y hablaríamos de las maravillosas fotos de Lillian Virginia Mountweazel. Cuando no supiéramos que decir nos repetiríamos el uno al otro "dort". Tal vez ni se nos muevan los labios, siendo como es la palabra más cercana al silencio. Estaríamos de acuerdo en que es la mejor palabra y que deberíamos usarla siempre jugando al scrabble. Ante cualquier problema utilizaríamos el Sympsychograph, una máquina capaz de fotografiar pensamientos. Solo discutiríamos por las vacaciones, él querría ir a Globu mientras yo preferiría ir a Tlön. Una vez lleguemos allí, le digo, no tendré que volver a imaginarme el color de su pelo ni el sabor de su ombligo. Si al final damos con el mapa del lugar a ambos se nos contestaran esas preguntas.
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*Imagen vía Museum of Hoaxes
** "En "La importancia de llamarse Ernesto" de Wilde, Algernon habla a su amigo John del imaginario Bunbury, un amigo que vive en el campo y que se pone constantemente enfermo, dando a Algernon la excusa que necesita para dejar la ciudad, escapar de su familia y responsabilidades. John, por su parte, tiene un hermano ficticio, Ernesto, que vive en Londres y siempre tiene problemas, dándole a John la constante oportunidad de visitarlo y escapar de su pueblo. Cada vez que John llega a Londres asume la personalidad de Ernesto" (vía wikipedia)

domingo, 20 de julio de 2008

alguien que fracasa, otro alguien que quiere verse los huesos y un tercer alguien que decide limitar su habla a una sola palabra.

Un poeta que es bilingüe sin saberlo. En realidad, más que bilingüe tiene otro idioma materno que no es el idioma que usa todos los días. Simplemente no se acuerda de que puede hablarlo. Ni siquiera sabe el nombre de ese idioma. Cuando habla con sus amigos, cuando sueña o cuando compra el pan lo hace en un idioma extranjero. Cuando escribe poemas, sin saberlo, los está traduciendo simultaneamente de ese idioma materno y desconocido. Sus versos nunca riman. Riman en su idioma original pero esto, él nunca lo llegará a saber y dejará de escribir.
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Hay cosas que no están permitidas ver. Una de ellas, son los propios huesos. Existe una especie de contrato no escrito de mutua confidencialidad. Nunca lo he podido leer pero creo que debe decir algo como: los ojos no pueden mirar a los huesos. Como en una de esas historias de terror donde alguien le dice a la chica rubia: “no mires atrás”. Ella acaba mirando y sucede algo terrible. Si lo piensas, es bastante justo. No sería demasiado cordial que los ojos mirasen a los huesos porque los huesos nunca podrían devolverles la mirada.
Es una ley universal. Notas los huesos, usas los huesos pero nunca los ves. Si por algun motivo llegases a ver alguno, sería señal de que algo no va bien. Violar esa ley universal duele y además te lleva al hospital.
Los dientes también son huesos y sirven de consuelo para paliar la curiosidad osea: los puedes mirar e incluso tocar. Pero los dientes son como ir a la playa. Un territorio donde se te permite ver a la gente en ropa interior pero la parte más interesante siempre está tapada. Podrías llegar a arrancarte un diente para poder ver la raiz. No te morirías ni tendrías que ir al hospital pero no te volvería a crecer. Solamente les vuelve a crecer a los niños. Pero solo tienen uno de repuesto. De todas maneras, los niños no cuentan porque tienen menos huesos que los adultos. La ley universal es más llevadera porque se les esconde un porcentaje menor de secretos.
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Siempre me han dado envidia los animales. Nacen sabiendo hablar. Los humanos nos pasamos la vida hablando entre nosotros y leyendo. Aprender palabras nuevas y mejorar la ortografía es una misión infinita. Resulta imposible escribir como un diccionario. El diccionario siempre gana: siempre sabe más palabras y siempre las escribe correctamente. Es como echar una carrera con un superheroe. Hablar es un proceso demasiado concentrado: pensar algo, darte cuenta de que lo estás pensando, tener ganas de compartirlo, buscar las palabras que describan ese pensamiento, ordenarlas, escribirlas en tu cabeza y leerselas a otra persona. Todo esto muy deprisa. Demasiado deprisa. Por eso prefiero hablar en un idioma ajeno. Tengo menos palabras y resulta más fácil elegir. Por eso me dan envidia los animales. Son dueños de una sola palabra. No hay dudas existenciales. Solo hay una opción: miau, guau, pio, mu, garagaragaragaragara…. Y ni siquiera tienen que elegir esa palabra. Si yo eligiera la mía y renunciara al resto, suprimiría este esfuerzo constante de ordenar y seleccionar las palabras adecuadas para otros. Pero para eso tendría que elegirla y ni siquiera conozco todas las posibilidades.
Deberían obligarnos a permanecer con la primera palabra que dijimos. Uno diría “mama” y el otro contestaría “agua”. Las novelas serían algo así como “coche coche coche coche. Coche! Coche, coche. Coche (….) Coche”. Todo el mundo podría escribir novelas. Todo el mundo las entendería. Con una sola palabra, a uno se le quitarían las ganas de discutir. Sería imposible que alguien no te entendiese.

lunes, 7 de julio de 2008

mentira núm. 1

Hoy he soñado que todos nuestros sonidos se grababan y se utilizaban para doblar películas. No se grababan conversaciones ni palabras, solamente sonidos. De manera que ya no existían los sonidos íntimos y la privacidad se limitaba al gusto, al olfato, a la vista y al tacto. Un día podrías oir tu propia risa doblando a una actriz.

Las películas parecían así más reales, los efectos especiales no eran efectos, eran de verdad porque ya nadie actuaba forzando la risa, simulando una caida o imitando un pedo. Cabía también la posibilidad de que los llantos llegaran a su destinatario.

Soñaba que veía una peli, que sin saberlo oía llorar a alguien que conocía y que esa tragedia ajena de detrás de la pantalla me impactaba doblemente. Y así, inconscientemente, llegaba a mí algo que en cierta manera me pertenecía pero que se me había escondido.

Bueno no era un sueño, pero hubiera estado bien soñarlo en vez de pensarlo.