domingo, 20 de julio de 2008

alguien que fracasa, otro alguien que quiere verse los huesos y un tercer alguien que decide limitar su habla a una sola palabra.

Un poeta que es bilingüe sin saberlo. En realidad, más que bilingüe tiene otro idioma materno que no es el idioma que usa todos los días. Simplemente no se acuerda de que puede hablarlo. Ni siquiera sabe el nombre de ese idioma. Cuando habla con sus amigos, cuando sueña o cuando compra el pan lo hace en un idioma extranjero. Cuando escribe poemas, sin saberlo, los está traduciendo simultaneamente de ese idioma materno y desconocido. Sus versos nunca riman. Riman en su idioma original pero esto, él nunca lo llegará a saber y dejará de escribir.
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Hay cosas que no están permitidas ver. Una de ellas, son los propios huesos. Existe una especie de contrato no escrito de mutua confidencialidad. Nunca lo he podido leer pero creo que debe decir algo como: los ojos no pueden mirar a los huesos. Como en una de esas historias de terror donde alguien le dice a la chica rubia: “no mires atrás”. Ella acaba mirando y sucede algo terrible. Si lo piensas, es bastante justo. No sería demasiado cordial que los ojos mirasen a los huesos porque los huesos nunca podrían devolverles la mirada.
Es una ley universal. Notas los huesos, usas los huesos pero nunca los ves. Si por algun motivo llegases a ver alguno, sería señal de que algo no va bien. Violar esa ley universal duele y además te lleva al hospital.
Los dientes también son huesos y sirven de consuelo para paliar la curiosidad osea: los puedes mirar e incluso tocar. Pero los dientes son como ir a la playa. Un territorio donde se te permite ver a la gente en ropa interior pero la parte más interesante siempre está tapada. Podrías llegar a arrancarte un diente para poder ver la raiz. No te morirías ni tendrías que ir al hospital pero no te volvería a crecer. Solamente les vuelve a crecer a los niños. Pero solo tienen uno de repuesto. De todas maneras, los niños no cuentan porque tienen menos huesos que los adultos. La ley universal es más llevadera porque se les esconde un porcentaje menor de secretos.
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Siempre me han dado envidia los animales. Nacen sabiendo hablar. Los humanos nos pasamos la vida hablando entre nosotros y leyendo. Aprender palabras nuevas y mejorar la ortografía es una misión infinita. Resulta imposible escribir como un diccionario. El diccionario siempre gana: siempre sabe más palabras y siempre las escribe correctamente. Es como echar una carrera con un superheroe. Hablar es un proceso demasiado concentrado: pensar algo, darte cuenta de que lo estás pensando, tener ganas de compartirlo, buscar las palabras que describan ese pensamiento, ordenarlas, escribirlas en tu cabeza y leerselas a otra persona. Todo esto muy deprisa. Demasiado deprisa. Por eso prefiero hablar en un idioma ajeno. Tengo menos palabras y resulta más fácil elegir. Por eso me dan envidia los animales. Son dueños de una sola palabra. No hay dudas existenciales. Solo hay una opción: miau, guau, pio, mu, garagaragaragaragara…. Y ni siquiera tienen que elegir esa palabra. Si yo eligiera la mía y renunciara al resto, suprimiría este esfuerzo constante de ordenar y seleccionar las palabras adecuadas para otros. Pero para eso tendría que elegirla y ni siquiera conozco todas las posibilidades.
Deberían obligarnos a permanecer con la primera palabra que dijimos. Uno diría “mama” y el otro contestaría “agua”. Las novelas serían algo así como “coche coche coche coche. Coche! Coche, coche. Coche (….) Coche”. Todo el mundo podría escribir novelas. Todo el mundo las entendería. Con una sola palabra, a uno se le quitarían las ganas de discutir. Sería imposible que alguien no te entendiese.

1 comentario:

Por la tangente dijo...

FOSKITO! Ñiiii, Muerte.